martes, 30 de junio de 2009

Cosmoagonías. Oscar Fingal O'Flahertie Wills...


Sí señor, Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde, no Oscar Wilde como lo llaman algunos incautos, ha sido desde el primer momento en que posé la vista sobre uno de sus libros, hace lo suyo, mi principal referente literario y filosófico. Desde mi más temprana juventud, y tras haber acabado con El crimen de Lord Arthur Saville y otras historias y El retrato de Dorian Gray, algunos dicen que comencé a comportarme de forma cínica, que empecé a hablar de temas que no me correspondían (como el amor, la belleza o la crisis de la sociedad humana) con un extraño conocimiento de las mismas, impropio para alguien de mi edad (aún lo siguen diciendo, en su banalidad) e incluso mi ya notable disposición para el humor pareció acrecentarse. Dicen las malas lenguas que aprendí a hablar inglés sólo para leer a Wilde en versión original. Cosa que desmiento. No obstante, cabe preguntarse porqué inmediatamente después de haber tenido conocimiento de sus obras en inglés, comencé a hablar este idioma tan fluidamente como si realmente hubiera nacido en Reino Unido. Fruto de mis primeras relaciones con la lengua inglesa puramente hablando nació mi interés por Chesterton, Arthur Machen, Conan Doyle (a quien no soporto en lengua castellana, mal rayo parta al traductor), Poe, y tantos otros escritores que irán desfilando por la sección literaria del blog, y que son susceptibles de cambio mediante cualquier tipo de comentario o sugerencia.
Así pues, ¿por cuál debería empezar?

Supongo que una breve reflexión sobre Wilde, ya que he empezado por él, sería lo correcto.

Para los pocos que no le conozcan, Oscar Fingal… bueno, Wilde nació en Dublín, de pare cirujano y madre escritora, en el año de 1854 poco puede decirse de su infancia: su padre era un filántropo y su madre se encargó de su educación hasta los nueve años en la más absoluta felicidad. Posteriormente realizó estudios en diversos colegios como el Trinity College de Dublín, pero su reconocimiento académico llegó al ingresar en el Magdalen College de Oxford entre 1874 y 1878. Durante su estancia en Oxford, su carácter se fue fraguando hasta derivar en lo que acabaría siendo su forma de ser, antecesora del dandismo: Wilde comenzó a llevar el pelo largo y lacio, a desdeñar los deportes masculinos y a pasearse por la universidad con pantalones de montar de terciopelo. Asimismo, en su cuarto, que aún se conserva, guardaba una colección de porcelana erótica y arte, que le valieron el desprecio por parte de sus compañeros. Tras ganar el premio Newdigate de poesía por Ravenna, Wilde realizó una serie de viajes por Italia y Grecia, dada su pasión por los textos en griego clásico, idioma que ya dominaba a la perfección. Tras graduarse como Bachelor of Arts con la mayor nota posible, Wilde ya era reconocido por su labor poética en los círculos literarios británicos. Tras ofrecer una serie de conferencias en Estados Unidos (habiendo dicho en la aduana que no tenía nada que declarar, salvo su genio) sobre la filosofía estética, sujeto que nos ocupa en este blog, nació la concepción del “arte por el arte”. Después, en El retratro de Dorian Gray, Wilde escribiría que "All art is quite useless", "todo arte es más bien inútil", dando origen a toda una nueva filosofía a la hora de ver el arte. A nadie criticó Wilde en este ámbito como a los críticos de arte, valga la redundancia. El arte, tal y como nos quiere dar a entender, no posee un significado o intención más allá que la e ser arte. La finalidad del artista es crear cosas bellas. La finalidad del arte es mostrar la beleza, y no al artista. Asimismo, y esto último es lo más relevante para vosotros, si vais a permanecer en este blog por más tiempo, y así lo espero, el arte es la ventana capaz de conducirnos a nuevos mundos que nos han sido negados.
Y como el arte debe revelarse a través del artista, y ocultarle a él, así fue como Wilde intentó vivir, imitando el arte a cada paso que daba. Aunque claro, un pisaverde de su categoría no estaba preparado para pasar precisamente desapercibido.
En 1884 contrajo matrimonio con Constance Lloyd, que habría de darle a sus hijos Cyril y Vyvyan, si bien Wilde ya era consciente (según algunos historiadores) de su bisexualidad. Sus colecciones de cuentos: El príncipe feliz (publicado para sus hijos) y El crimen de Lord Arthur Saville, se publicaron en esta década de su vida, junto con El retrato de Dorian Gray (1891), su única novela, pero tan cargada de ingenio punzante y crítica a la hipocresía contemporánea como el resto de su producción. Pero de sus oras literarias hablaré, con la excusa del tiempo y el tamaño del post, en otro momento..
La historia del maestro se vio truncada en 1895, tras el estreno de La importancia de llamarse Ernesto, cuando su relación homosexual con Lord Alfed Douglas (Bosie) fue descubierta por el padre de éste, el marqués de Queensberry (inventor de las reglas del boxeo moderno). Wilde cometió la audacia de llevar a juicio al de Queensberry por haber dudado de su honor, pero sus propios abogados abandonaron el barco y el proceso se volvió conra él. Acusado de sodomía, fue condenado a dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading, que le destrozaron espiritual y físicamente. Acabada su codena en 1898, se exilió a París bajo el seudónimo de Sebastián Melmoth, en donde moriría, convertido al catolicismo por un sacerdote irlandés, completamente desengañado de la vida y la sociedad.
A loa largo de las posteriores entregas de la galería del blog, he de introducir extractos de la obra de Wilde, reflexiones filosóficas y diversos escritos de su autoría. Pero porahora, me veo forzado a despedir la conexión, feliz por haber inaugurado la sección de personajes literarios del blog y por lo que me queda por delante.

Espero que me sigan con interés.

Buenas y victorianas noches.
                                                                                                                Edward Blunt.

Bluntismos.

Sólo para entretener un poco mientras ultimo la biografía de Wilde, el siguiente autor que sacaré a colación (y a colección), y que se ha visto postpuesta por graves motivos técnicos, aquí van algunas reflexiones, apotegmas y citas bluntianas, dichas en algún momento por este ficticio personaje de mi creación (los originales venían en inglés, el idioma en que escribo, pero he hecho un esfuerzo por traducirlos).

Ha sido un placer hablar con usted. La verdad, había empezado a sospechar que la gente interesante se había extinguido de la faz de la Tierra, pero usted ha confirmado mi temor por completo.

O, en su otra variante:

Ha sido un auténtico placer pasar esta velada con usted. Llevaba mucho tiempo sin hablar con alguien interesante; ahora llevo más.

La soledad es la prueba definitiva de la fortaleza del hombre: arruina al débil, pero dignifica a quien sabe sobrellevarla.
No hay peor manera de perder la atención de un público que repetirse continuamente, como ya les dije antes.

Parafrasearse a sí mismo es algo que sólo consiguen hacer los grandes, como dije yo.

No esparzas demasiadas flores a tu paso, o te será imposible ver el camino que pisas.

Un diplomático es toda aquella persona que medita durante largo tiempo sus discursos, para después no decir nada.

En el arte, tanto como en la vida, todos nos imitamos mutuamente. Por eso son tan apreciados los artistas originales, por su capacidad de, a través del trabajo de otro, ofrecernos una creación que seamos incapaces de relacionar con ninguna otra.

Cuanto menos sé, menos necesito saber (The less I know, the less I need to).

El cinismo es aquella actitud desencantada de quienes ven la realidad como es y por tanto buscan situarse por encima del vulgo en cada una de sus acciones. El cinismo no es más que orgullo inflado de inteligencia.

domingo, 28 de junio de 2009

Galería. "Los Elementos" de Arcimboldo

Bueno. Mañana lunes y tendré que escribir un nuevo artículo sobre algún otro genio del arte. A ver cómo me las apaño. Mientras tanto voy a seguir colgando la obra de Arcimboldo para conoscimiento general de la misma.La siguiente serie, similar a la de “Las Estaciones”, se trata de la de Los Elementos. Y de manera homónima a la anterior serie, se representa en forma de deidades coronadas a los cuatro elementos clásicos (siempre ese toque renacentista). Arcimboldo las terminó en el mismo plazo que Las Estaciones, y presentan el mismo diseño “enfrentado” para ser expuestos en la galería de las curiosidades del príncipe Rodolfo como si los personajes llevaran a cabo un diálogo entre ellos.
El Fuego, una de mis obras preferida del maestro, constituye, según algunos historiadores, un retrato de algún noble de los Haubsburgo (nótense el águila bicéfala y el Toisón de oro), pero no se ponen de acuerdo en un nombre concreto. El propio Arcimboldo aseguro que tal retrato le valió los favores de la nobleza en Viena, pero poco más podemos decir del personaje representado. 

El Agua debió de ser uno de los favoritos del príncipe y su galería de lo extraño. Es motivo de asombro la cantidad de criaturas marinas de las que el artista echó mano en esta pintura. En este caso, y como una imagen vale más que mil palabras, pocos comentarios he de hacer.
El Aire es una de las obras más sencillas y menos manieristas del autor, pero no por ello menos llena de sorprendentes detalles. Las versiones que ofrezco están algo sobre saturadas para ofrecer mayor lujo de detalles.

Y por último la Tierra, la obra que mejor refleja el grotesco presente en los cuadros del pintor: un rostro desproporcionado o feo que sin embargo brilla por la inteligencia de su construcción y se nos presenta tan bello como cualquier otro a lo largo de la historia de la pintura.
Hasta otra entrada, despido la conexión desde Praga.
Buenas noches.
                                                          Edward Blunt.

lunes, 22 de junio de 2009

Galería. "Las Estaciones" de Arcimboldo



La primera aportación a la Galería del blog tiene que verlo todo con el primer artículo. He aquí las primera y original serie de Las Estaciones que pintara Arcimboldo. Y sé que no es lo mismo en esta reducida resolución y a través de la pantalla, pero si queréis contemplarlas en vivo, habréis de dirigiros al Louvre... pero si os pilla de camino, ¡es una parada obligatoria!
Como se puede ver, El Invierno, La Primavera, El Verano y el Otoño, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, son una serie de retratos alegóricos que representan, con frutos y elementos propios de la época del año que representan, los bustos de las estaciones personificadas. Como se puede ver, asimismo, la temática es puramente renacentista: el resurgimiento de las figuras mitológicas clásicas. No obstante cabe pensar cómo pudo un hombre ahce cuatrocientos años concebir un producto ta sugerente y avanzado para su época.

A continuación os ofrezco las obras de la serie de 1573 por separado:

El Iniverno: observad sobre todo cómo se imitan las facciones y arrugas de un hombre viejo por medio de la corteza del árbol seco. Cada obra alegórica de esta serie se corresponde con una de las edades del hombre, siendo ésta la vejez.




El Otoño: también tomado por los historiadores como una representación alegórica del dios Baco, o de la vendimia.
Por lo que he llegado a saber, el aparentemente seco Arcimboldo era aficionado a esta bebida alcohólica, bajo el efecto de la cual decían sus detractores que nacían sus inusuales locuras... Bueno... yo no creo eso.
Obsérvese la corona de vides y el tonel para representar el busto al estilo de las representaciones clásicas del dios.



El Verano: esta obra fue la más copiada por Arcimboldo durante su estancia en la corte.
La Primavera: se cree que sirvió de inspiración al artista para pintar posteriormente la ninfa Flora. Es la más joven de las edades del hombre, y por tanto la más ornamentada delicada de la serie.

Hasta aquí las estaciones. Hasta la décda siguiente arcimboldo siguió copiando la serie varias veces, aunque los retratos originales son los más logrados. Cliquen para ampliar, y dejen todo tipo de comentarios o sugerencias.

Buenas noches.

Edward Bunt.

Cosmoagonías. Arcin... ¿qué?




Tal vez uno de los universos creativos con los que más profundamente haya disfrutado y del que ya es imposible disociarme sea el creado por el pintor italiano Arcimboldo.
Arcimboldo es uno de esos nombres impronunciables para quienes lo escuchan por primera vez e inolvidables para quienes conocemos su obra. No hay más que ver la imagen con que ilustro el artículo para darse cuenta de que la pintura de este auténtico genio y filósofo del arte posee una concepción única que merece ser contemplada y con la que inauguro mi sección de cosmoagonías.

El trabajo en Milán.

Giuseppe Arcimboldo nació en Milán en el año 1527, cuando los lansquenetes de Carlos V saquearían la ciudad de Roma levantando la indignación por todo el Imperio. Su padre, Biagio, era un pintor que trabajaba en la Catedral, y de él aprendió desde joven las nociones de dibujo imperantes en la educación de la época que despertaron su amor por el arte.
A la edad de veintidós años ya ayudaba a su padre en los andamios de la catedral de Milán, de hecho los registros indican que Arcimboldo estuvo subido en ellos hasta 1558 aproximadamente. Él y su padre solían realizar vidrieras y diseños arquitectónicos, y así fue como Giuseppe fue adquiriendo el estilo manierista que caracterizaba al arte de la época. Se conservan aún las vidrieras del Nacimiento de Santa Catalina, en la catedral de Milán. Sospechamos que don Biagio murió aproximadamente en 1551, porque Arcimboldo empieza desde ese año a firmar solo. Por aquel entonces, ya era conocido en los círculos artísticos italianos su labor en la Catedral y el diseño de tapices (gobelinos) tan populares en aquella época, cabe destacar los tapices realizados con temas del Viejo y Nuevo testamento que se diseñaron para la catedral de Como y allí se conservan (La muerte de la Virgen). Sin embargo, su período de mayor fama llegó al trasladarse a la corte del Sacro Imperio Romano-germánico, cerca de la década de 1560.

El trabajo en la Corte.
Hacia el año 1562, Arcimboldo se trasladó a Praga, siendo muy bien acogido en la corte del peculiar emperador alquimista, Rodolfo II, que lo incluyó entre su corte de artistas, rarezas del espectáculo e investigadores de las ciencias ocultas. Durante su estancia en la corte diseñó juegos, organizó torneos, realizó multitud de invenciones para los nobles y presenció algunas coronaciones importantes; al igual que sucedió con otros genios renacentistas como Leonardo Da Vinci.


Uno de los ejemplos de la influencia de la Corte en la pintura de Arcimboldo se encuentra en su cuadro El jurista, de 1566. En él aparece un personaje feo y de gesto cruel cuya cara está compuesta por pescado asado y pollos desplumados. Benno Geiger, experto en la obra de Arcimboldo, sostiene la teoría de que el hombre representado es Calvino. Sven Alfons, que publicó su tesis doctoral sobre el pintor italiano, asegura que el jurista es J. U. Zasius, un hombre influyente en la Corte y amigo de Rodolfo II, del que Arcimboldo dijo que “era cierto doctor que tenía la cara totalmente comida por la sífilis, hasta el punto de que sólo le quedaban algunos pelillos en la barbilla...”
Otro ejemplo son los cuadros El cocinero (que se ha perdido) y El asado. Al parecer los dos estaban inspirados en el mismo personaje: un hombre grosero y mofletudo que podría haber sido cocinero personal de Rodolfo II.
En el mismo año, 1566, pinta El bibliotecario, un cuadro que no sabemos exactamente a qué cortesano hace referencia, o si fue una invención. El experto Benno Geiger asegura que “el bibliotecario simboliza un triunfo de la abstracción en pleno siglo XVI. No hay nada tan ingenioso y contemporáneo como esta sofisticada pintura”.
Arcimboldo tuvo que abandonar la corte de los Habsburgo, pero al volver a Italia prometió al emperador Rodolfo II que le regalaría un lienzo que superase a todos los demás.
Y así fue. En 1591, Rodolfo recibió un cuadro titulado Vertumno, un retrato de medio cuerpo del Emperador representado como el dios clásico del mismo nombre. Componen esta colorista pero a la vez sombría obra, multitud de frutos, plantas y flores, que se unen y forman una figura humana de facciones inusuales y exageradas. Don Gregorio Comanini, poeta contemporáneo de Arcimboldo y colaborador del artista durante algunos años, escribe al respecto que “la fealdad le hacía sentir bello, pues la fealdad puede superar a toda belleza”.



Con esta pintura, Arcimboldo consigue maravillar a los nobles y al propio Rodolfo, que guardaría la obra con celo hasta que la muerte de este hombre de mente oscura y fascinada acabase con el aprecio hacia la pintura. Comanini, gran amigo de Arcimboldo, creó un poema para inmortalizar el momento de la entrega de esta obra que aún se conserva y sigue sorprendiendo al espectador tanto como hace quinientos años. Si quieren verla en persona, junto con la gran mayoría de retratos cortesanos de Arcimboldo, la serie de Los Elementos y la segunda copia de Las Estaciones, tendrán que dirigirse al Skokloster Slotts, en Suecia, lo cual puede ser más bien poco conveniente.
En el mismo año, Rodolfo recibe en su residencia el último trabajo de corte de Arcimboldo, La ninfa Flora. Arcimboldo la pintó en 1588 estando en Milán y la guardó hasta acabar el Vertumno. Pronto realizó una segunda versión, que envió definitivamente al Emperador. El óleo original conservaba una inscripción en la parte posterior que rezaba “La flora dell’Arcimboldo”, una de las pocas veces en que Arcimboldo dejó constancia de que su fantástico y sugestivo universo pictórico le pertenecía únicamente a él, probablemente debido a que ese cuadro fue su despedida del Emperador y a que cada vez más jóvenes artistas intentaban imitar el estilo del genio.


El legado de Arcimboldo.

Documentos oficiales certifican que “el pintor Giuseppe Arcimboldo falleció en Milán el 11 de julio de 1593, a la edad de 66 años, de retención de orina y cálculos renales, sin sospecha de peste”. La obra de este artista quedó durante muchos años relegada al olvido. Tras la muerte de Rodolfo II, muchas de sus pinturas fueron desestimadas y consideradas grotescas. De hecho, no se volvió a publicar un ensayo sobre él hasta 1885.
Con la llegada del movimiento surrealista a Europa, la obra de Arcimboldo resurge, y el pintor es considerado como un precursor del surrealismo moderno, con una visión fuera de lo común y una mente muy avanzada para su época. Su obra fue un ejemplo para maestros de este movimiento como Salvador Dalí, que encontró en el antiguo pintor de catedrales un referente. Los historiadores del siglo XX, cada vez más atraídos por las rarezas históricas conforme se sucedían las rarezas pictóricas y experimentos en el mundo del arte, revivieron la historia y el legado de Arcimboldo y lo coronaron, en pleno siglo XVI, apenas habiendo resurgido el humanismo de la oscuridad medieval, como el primer abstracto del arte, el definitivo maestro del grutesco de la época y el precursor del arte figurativo en Europa.
Actualmente, su obra está repartida por la geografía europea, destacando colecciones privadas en Alemania y Suecia. El Museo del Louvre también conserva la serie original de Las estaciones.
Según André Pieyre de Mandiargues, conocedor del arte renacentista, Arcimboldo es “un artista de una singularidad tan cabal como sólo lo son los grandes”.
El humanista y filósofo Humberto Eco, en su reciente libro Historia de la belleza, defiende que “de todos los pintores de la época, Arcimboldo es sin duda el que representa la fealdad de una manera más directa y descarnada. Es un autor genial que huye del clasicismo impuesto y se refugia en su peculiar manera de ver la realidad. La fealdad de Arcimboldo es la más perfecta que he visto nunca.”
¿Y en cuanto a mí? Bueno, no seré tan ilustre como todos estos caballeros antes citados, pero igualmente he estudiado el tema desde mi apasionamiento personal. Mi opinión será breve: Arcimboldo nos demuestra que la originalidad radica en eludir las barreras impuestas por la sociedad y la cultura y ofrecer algo totalmente imprevisto, o ¿porqué no?, exagerado. La fealdad, cuando retratada de una manera tan inteligente, supera con creces a toda belleza, y permite mayor recreación a la mente.


¿Conocían ya ustedes a Arcimboldo? De no hacerlo, espero sinceramente que mi breve explayación sobre las virtudes de este monstruo del arte les haya abierto el apetito. De ser así, no pidan permiso: sáciense.
Hacen falta autores como éste para recordarnos que el arte verdadero no es sólo la representación real o estéticamente bella de una serie de conceptos, sino la capacidad de ofrecer una mirada ingeniosa y chocante del mundo.
Yo, por mi parte, iré subiendo la obra completa de Arcimboldo semanalmente al blog, al margen de otras cosmoagonías, porque me resulta apasionante, y cada uno de sus cuadros merece una explicación propia. Hasta entonces, despido la conexión.

Buenas y grotescas noches.



Edward Blunt.

Arcimboldo (Arcimboldi, como lo llamaban algunos exagerando el rasgo italiano, a pesar de que él solía firmar como Joseft Arcimboldus, exagerando el rasgo germánico) realizó numerosos retratos de la familia real y de otros personajes y cortesanos, muchos de ellos de manera satírica, con su peculiar estilo, en el que los rostros están compuestos por agrupaciones de animales, flores, frutas y toda clase de objetos, desafiando la agudeza visual y la inteligencia del espectador, y he aquí lo maravilloso de su obra.
Lo original y divertido de estos retratos le hizo adquirir mucha fama, pero no sólo pintó para los Habsburgo, también realizó otras trabajos, sobre todo ayudar al emperador como arquitecto, ingeniero, decorador, demostrando una importante creatividad que se refleja en más de trescientos dibujos que entregó al monarca hasta concluir su servicio.
Durante esta época (1560-1580) pintó sus famosas series de Las estaciones (Verano, Otoño, Primavera e Invierno) que se conservan en el museo del Louvre de París. Sin embargo, posteriormente el artista realizó copias de estos lienzos, que se encuentran distribuidas por diversos museos europeos, entre ellos la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Se cree que La primavera, el lienzo que se encuentra en España, fue un regalo al monarca Felipe II; no olvidemos la costumbre de Arcimboldo de regalar sus obras para agasajar a los nobles europeos.
También pintó en este tiempo una serie de cuatro lienzos titulada Los Elementos, que han tenido menos difusión que los anteriores, pero no por ello tuvieron menor importancia en su época. Una de ellas, El fuego, representa a un noble de la casa de los Habsburgo, que se sintió halagado y colmó de bienes a Arcimboldo durante su posterior estancia en Viena, y que, por su exquisita alegoría y la inteligencia que desprende su contemplación constituye una de mis obras favoritas de Arcimboldo (junto con El bibliotecario).