
Tal vez uno de los universos creativos con los que más profundamente haya disfrutado y del que ya es imposible disociarme sea el creado por el pintor italiano Arcimboldo.
Arcimboldo es uno de esos nombres impronunciables para quienes lo escuchan por primera vez e inolvidables para quienes conocemos su obra. No hay más que ver la imagen con que ilustro el artículo para darse cuenta de que la pintura de este auténtico genio y filósofo del arte posee una concepción única que merece ser contemplada y con la que inauguro mi sección de cosmoagonías.
El trabajo en Milán.
Giuseppe Arcimboldo nació en Milán en el año 1527, cuando los lansquenetes de Carlos V saquearían la ciudad de Roma levantando la indignación por todo el Imperio. Su padre, Biagio, era un pintor que trabajaba en la Catedral, y de él aprendió desde joven las nociones de dibujo
imperantes en la educación de la época que despertaron su amor por el arte.
A la edad de veintidós años ya ayudaba a su padre en los andamios de la catedral de Milán, de hecho los registros indican que Arcimboldo estuvo subido en ellos hasta 1558 aproximadamente. Él y su padre solían realizar vidrieras y diseños arquitectónicos, y así fue como Giuseppe fue adquiriendo el estilo manierista que caracterizaba al arte de la época. Se conservan aún las vidrieras del Nacimiento de Santa Catalina, en la catedral de Milán. Sospechamos que don Biagio murió aproximadamente en 1551, porque Arcimboldo empieza desde ese año a firmar solo. Por aquel entonces, ya era conocido en los círculos artísticos italianos su labor en la Catedral y el diseño de tapices (gobelinos) tan populares en aquella época, cabe destacar los tapices realizados con temas del Viejo y Nuevo testamento que se diseñaron para la catedral de Como y allí se conservan (La muerte de la Virgen). Sin embargo, su período de mayor fama llegó al trasladarse a la corte del Sacro Imperio Romano-germánico, cerca de la década de 1560.
Arcimboldo es uno de esos nombres impronunciables para quienes lo escuchan por primera vez e inolvidables para quienes conocemos su obra. No hay más que ver la imagen con que ilustro el artículo para darse cuenta de que la pintura de este auténtico genio y filósofo del arte posee una concepción única que merece ser contemplada y con la que inauguro mi sección de cosmoagonías.
El trabajo en Milán.
Giuseppe Arcimboldo nació en Milán en el año 1527, cuando los lansquenetes de Carlos V saquearían la ciudad de Roma levantando la indignación por todo el Imperio. Su padre, Biagio, era un pintor que trabajaba en la Catedral, y de él aprendió desde joven las nociones de dibujo

A la edad de veintidós años ya ayudaba a su padre en los andamios de la catedral de Milán, de hecho los registros indican que Arcimboldo estuvo subido en ellos hasta 1558 aproximadamente. Él y su padre solían realizar vidrieras y diseños arquitectónicos, y así fue como Giuseppe fue adquiriendo el estilo manierista que caracterizaba al arte de la época. Se conservan aún las vidrieras del Nacimiento de Santa Catalina, en la catedral de Milán. Sospechamos que don Biagio murió aproximadamente en 1551, porque Arcimboldo empieza desde ese año a firmar solo. Por aquel entonces, ya era conocido en los círculos artísticos italianos su labor en la Catedral y el diseño de tapices (gobelinos) tan populares en aquella época, cabe destacar los tapices realizados con temas del Viejo y Nuevo testamento que se diseñaron para la catedral de Como y allí se conservan (La muerte de la Virgen). Sin embargo, su período de mayor fama llegó al trasladarse a la corte del Sacro Imperio Romano-germánico, cerca de la década de 1560.
El trabajo en la Corte.

Otro ejemplo son los cuadros El cocinero (que se ha perdido) y El asado. Al parecer los dos estaban inspirados en el mismo personaje: un hombre grosero y mofletudo que podría haber sido cocinero personal de Rodolfo II.
En el mismo año, 1566, pinta El bibliotecario, un cuadro que no sabemos exactamente a qué cortesano hace referencia, o si fue una invención. El experto Benno Geiger asegura que “el bibliotecario simboliza un triunfo de la abstracción en pleno siglo XVI. No hay nada tan ingenioso y contemporáneo como esta sofisticada pintura”.

Arcimboldo tuvo que abandonar la corte de los Habsburgo, pero al volver a Italia prometió al emperador Rodolfo II que le regalaría un lienzo que superase a todos los demás.
Y así fue. En 1591, Rodolfo recibió un cuadro titulado Vertumno, un retrato de medio cuerpo del Emperador representado como el dios clásico del mismo nombre. Componen esta colorista pero a la vez sombría obra, multitud de frutos, plantas y flores, que se unen y forman una figura humana de facciones inusuales y exageradas. Don Gregorio Comanini, poeta contemporáneo de Arcimboldo y colaborador del artista durante algunos años, escribe al respecto que “la fealdad le hacía sentir bello, pues la fealdad puede superar a toda belleza”.
Con esta pintura, Arcimboldo consigue maravillar a los nobles y al propio Rodolfo, que guardaría la obra con celo hasta que la muerte de este hombre de mente oscura y fascinada acabase con el aprecio hacia la pintura. Comanini, gran amigo de Arcimboldo, creó un poema para inmortalizar el momento de la entrega de esta obra que aún se conserva y sigue sorprendiendo al espectador tanto como hace quinientos años. Si quieren verla en persona, junto con la gran mayoría de retratos cortesanos de Arcimboldo, la serie de Los Elementos y la segunda copia de Las Estaciones, tendrán que dirigirse al Skokloster Slotts, en Suecia, lo cual puede ser más bien poco conveniente.
En el mismo año, Rodolfo recibe en su residencia el último trabajo de corte de Arcimboldo, La ninfa Flora. Arcimboldo la pintó en 1588 estando en Milán y la guardó hasta acabar el Vertumno. Pronto realizó una segunda versión, que envió definitivamente al Emperador. El óleo original conservaba una inscripción en la parte posterior que rezaba “La flora dell’Arcimboldo”, una de las pocas veces en que Arcimboldo dejó constancia de que su fantástico y sugestivo universo pictórico le pertenecía únicamente a él, probablemente debido a que ese cuadro fue su despedida del Emperador y a que cada vez más jóvenes artistas intentaban imitar el estilo del genio.
En el mismo año, Rodolfo recibe en su residencia el último trabajo de corte de Arcimboldo, La ninfa Flora. Arcimboldo la pintó en 1588 estando en Milán y la guardó hasta acabar el Vertumno. Pronto realizó una segunda versión, que envió definitivamente al Emperador. El óleo original conservaba una inscripción en la parte posterior que rezaba “La flora dell’Arcimboldo”, una de las pocas veces en que Arcimboldo dejó constancia de que su fantástico y sugestivo universo pictórico le pertenecía únicamente a él, probablemente debido a que ese cuadro fue su despedida del Emperador y a que cada vez más jóvenes artistas intentaban imitar el estilo del genio.
El legado de Arcimboldo.
Documentos oficiales certifican que “el pintor Giuseppe Arcimboldo falleció en Milán el 11 de julio de 1593, a la edad de 66 años, de retención de orina y cálculos renales, sin sospecha de peste”. La obra de este artista quedó durante muchos años relegada al olvido. Tras la muerte de Rodolfo II, muchas de sus pinturas fueron desestimadas y consideradas grotescas. De hecho, no se volvió a publicar un ensayo sobre él hasta 1885.

Con la llegada del movimiento surrealista a Europa, la obra de Arcimboldo resurge, y el pintor es considerado como un precursor del surrealismo moderno, con una visión fuera de lo común y una mente muy avanzada para su época. Su obra fue un ejemplo para maestros de este movimiento como Salvador Dalí, que encontró en el antiguo pintor de catedrales un referente. Los historiadores del siglo XX, cada vez más atraídos por las rarezas históricas conforme se sucedían las rarezas pictóricas y experimentos en el mundo del arte, revivieron la historia y el legado de Arcimboldo y lo coronaron, en pleno siglo XVI, apenas habiendo resurgido el humanismo de la oscuridad medieval, como el primer abstracto del arte, el definitivo maestro del grutesco de la época y el precursor del arte figurativo en Europa.
Actualmente, su obra está repartida por la geografía europea, destacando colecciones privadas en Alemania y Suecia. El Museo del Louvre también conserva la serie original de Las estaciones.
Según André Pieyre de Mandiargues, conocedor del arte renacentista, Arcimboldo es “un artista de una singularidad tan cabal como sólo lo son los grandes”.
El humanista y filósofo Humberto Eco, en su reciente libro Historia de la belleza, defiende que “de todos los pintores de la época, Arcimboldo es sin duda el que representa la fealdad de una manera más directa y descarnada. Es un autor genial que huye del clasicismo impuesto y se refugia en su peculiar manera de ver la realidad. La fealdad de Arcimboldo es la más perfecta que he visto nunca.”
¿Y en cuanto a mí? Bueno, no seré tan ilustre como todos estos caballeros antes citados, pero igualmente he estudiado el tema desde mi apasionamiento personal. Mi opinión será breve: Arcimboldo nos demuestra que la originalidad radica en eludir las barreras impuestas por la sociedad y la cultura y ofrecer algo totalmente imprevisto, o ¿porqué no?, exagerado. La fealdad, cuando retratada de una manera tan inteligente, supera con creces a toda belleza, y permite mayor recreación a la mente.
¿Conocían ya ustedes a Arcimboldo? De no hacerlo, espero sinceramente que mi breve explayación sobre las virtudes de este monstruo del arte les haya abierto el apetito. De ser así, no pidan permiso: sáciense.
Hacen falta autores como éste para recordarnos que el arte verdadero no es sólo la representación real o estéticamente bella de una serie de conceptos, sino la capacidad de ofrecer una mirada ingeniosa y chocante del mundo.
Yo, por mi parte, iré subiendo la obra completa de Arcimboldo semanalmente al blog, al margen de otras cosmoagonías, porque me resulta apasionante, y cada uno de sus cuadros merece una explicación propia. Hasta entonces, despido la conexión.
Buenas y grotescas noches.
Edward Blunt.
Arcimboldo (Arcimboldi, como lo llamaban algunos exagerando el rasgo italiano, a pesar de que él solía firmar como Joseft Arcimboldus, exagerando el rasgo germánico) realizó numerosos retratos de la familia real y de otros personajes y cortesanos, muchos de ellos de manera satírica, con su peculiar estilo, en el que los rostros están compuestos por agrupaciones de animales, flores, frutas y toda clase de objetos, desafiando la agudeza visual y la inteligencia del espectador, y he aquí lo maravilloso de su obra.
Lo original y divertido de estos retratos le hizo adquirir mucha fama, pero no sólo pintó para los Habsburgo, también realizó otras trabajos, sobre todo ayudar al emperador como arquitecto, ingeniero, decorador, demostrando una importante creatividad que se refleja en más de trescientos dibujos que entregó al monarca hasta concluir su servicio.
Durante esta época (1560-1580) pintó sus famosas series de Las estaciones (Verano, Otoño, Primavera e Invierno) que se conservan en el museo del Louvre de París. Sin embargo, posteriormente el artista realizó copias de estos lienzos, que se encuentran distribuidas por diversos museos europeos, entre ellos la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Se cree que La primavera, el lienzo que se encuentra en España, fue un regalo al monarca Felipe II; no olvidemos la costumbre de Arcimboldo de regalar sus obras para agasajar a los nobles europeos.
También pintó en este tiempo una serie de cuatro lienzos titulada Los Elementos, que han tenido menos difusión que los anteriores, pero no por ello tuvieron menor importancia en su época. Una de ellas, El fuego, representa a un noble de la casa de los Habsburgo, que se sintió halagado y colmó de bienes a Arcimboldo durante su posterior estancia en Viena, y que, por su exquisita alegoría y la inteligencia que desprende su contemplación constituye una de mis obras favoritas de Arcimboldo (junto con El bibliotecario).
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